El corazón en un puño y la daga en el otro. La reacción adecuada le dictaba su conciencia, no merecía más que esto. El último gesto de desprecio tras una vida entera de enfrentamientos. Debía darse prisa, no tardarían en llegar. Míralo, ahí tirado, con los ojos en blanco como si esto no fuera con él, como si el músculo que latía con fuerza y en silencio fuera a hacerlo para siempre. Hubo un momento en el que no se creyó capaz, cuando la lluvia empezó a golpear el cristal, a recordarle todos los cristales rotos que le había clavado. Se había tomado la justicia por su mano, al fin y al cabo, no le quedaba otra ante una sociedad que se empeñaba en acallar sus gritos con música a todo volumen y sirenas que aullaban sin cesar. Las cicatrices hablaban por sí solas, ella había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo. *rasss* Se acabaron los latidos, se acabó el sufrir. Silencio, calma al fin.
*Sirenas*
Otra vez de vuelta al encierro. Pero al menos esta vez, había cumplido su misión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario