No recuerdo ya en que momento he comenzado a recobrar la lucidez. Creo que ha surgido así, de improviso, como una tormenta de verano que te pilla en sandalias. Los días se iban sucediendo monótonos, aburridos, idénticos, sin más variación que el número de la última página leída o algún rostro nuevo entre las paredes de ese agónico lugar de culto al ejercicio. Mientras los carceleros no me veían he cometido alguna nueva estupidez y me he bebido algún que otro trago de ese glorioso placer de dioses que es el alcohol. Pero no me arrepiento. A lo hecho pecho como se suele decir. El caso de todas estas ligeras divagaciones es informar al mundo que me ignora y no me escucha que soy un poco más sensata que ayer, pero menos que mañana. He aprendido a soñar despierta sin creer realmente los actos de mis ensoñaciones. He comprendido que no puedo querer aquello que no puedo tener. Y ahora usaré los errores del pasado para construir un nuevo futuro, en el que de momento, no quiero pensar.
Es broma, sigo siendo el mismo renglón torcido sin remedio, la demente número 8.
Sírvame otra cerveza de malta Señor Hipogrifo. Se aproxima el solsticio...
Las locuras en compañía siempre son mucho más divertidas. Y si son conmigo, imaginate ya. Es hora de iluminar nuestro verano lluvioso señorita.
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