74 días desde la primera sonrisa hasta el primer beso. Pero aún tuvieron que pasar 120 largas horas más hasta darme cuenta que esa historia, nuestra historia, marcaría un antes y un después en mi calendario. Y es a fecha de hoy que se me encoge la garganta, se me hace un nudo la razón y el corazón se me desboca cuando le leo, cuando recuerdo todo aquello que sentí con el simple roce de su mano sobre mi pelo. Cada segundo que me miraba descubría una nueva verdad sobre mi, me liberaba y al tiempo me atrapaba con una fuerza tan poderosa que aún hoy me ata. Recuerdo como me hacía sentir en los buenos momentos, y también en los malos, que aunque duraderos, los recuerdo con menor intensidad. Podría decirte cómo vistió cada día que le vi, podría describirte cada una de sus cien sonrisas y sus mil miradas, podría decirte lo que sentía cada instante que su piel me rozaba, podría escribir cada historia que su boca me relataba pero no podría darte nada más. Ni lugares exactos, ni fechas, ni bares ni calles, porque él me absorbía como la planta carnívora a una indefensa mosca. Y yo me dejaba. Y durante un tiempo que me resultó efímero fuimos uno, punto sobre punto, y pusimos tilde a nuestras vidas.
Ahora todo terminó y sólo quedan su recuerdo, sus textos y una vieja entrada de circo.
Es por eso que hoy me encierro aquí, lejos de mis cristales rotos, mi suciedad y mis cervezas.
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