Esa satisfacción de llegar a casa agotada, rendida, mirando a la cama desde el viejo ordenador con ansia viva. Esa sensación de sentirte realizada, de que esa parte de ti que creías perdida a vuelto a su lugar. Esa sonrisa auténtica que vuelve para quedarse. Esa seguridad en ti misma. Esa pasión que poca gente entiende. Esa felicidad de volver a hacer sonreír a la gente, de darles un poquito de felicidad cuando todo se tuerce, de ser ese oído que necesitan o ese hombro sobre el que llorar. Por eso estoy allí, por eso nunca me quiero ir. Ése es mi sitio. Eso es lo que me ha faltado todos estos meses. Vuelvo a estar completa. Y cada día me gusta más sentirme así.
El olor a desinfectante. Los timbres. Las bombas. El esparadrapo.
Pura magia cuando salen por la puerta.
El hospital, mi segunda casa.
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