Me gusta llegar a casa y que me den un masaje en mi espalda dolorida, me gusta comer mejillones y discutir sobre qué serán esos pelillos que les quitamos para hacer el paté. Me gustan los domingos de sándwiches, pelis, palomitas y cotilleos. Me gusta sentir que tengo a alguien en quien siempre puedo confiar. Me gusta levantarme de la habitación y que aparezca por el pasillo a oscuras y las dos brinquemos del susto. Me gusta que me invada mi habitación los fines de semana hasta las tantas de la madrugada para contarme sus desvaríos múltiples. Me gusta eso de que me grite desde el salón: ¡Eh! ¿Te hace una partida rápida a la Wii? y que la partida acabe 2 horas después con un montón de muñecos en el agua. Me gusta ver fotos viejas y reír hasta llorar, contar monedas y meterlas en plásticos o ver CanalCocina y morir de risa por una casita de chocolate. Hay mil cosas que me encantan de ella, pero sobre todo, esa sensación de no estar sola en casa, de que ella siempre está ahí.
3 meses, quizá se me haga demasiado raro. La echaré de menos. Tufito.
Esto de mi partida del centro me está volviendo más sensiblera de lo normal.
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