09.30 am *Suena el despertador* Es más tarde de lo habitual, por lo que el arte de desperezarse en la cama hoy me llevará mucho menos tiempo del que acostumbro. Una taza de colacao, pero bien cargado, nada de milongadas. Un Doowap. Lavarse los dientes y comenzar la jornada. Llegas medio dormida, ventajas de que te haya sido sustraída tu licencia de conducir, y cuando comienzas a abrir los ojos piensas que estarían mucho mejor cerrados. Ahí, y ahí, y ahí también. Vaya, también en esa esquina. Y recuerdas por qué no querías pasar por allí, por los recuerdos, porque el mundo ya es lo suficientemente gris sin que mil sitios te lo recuerden constantemente. Y perder la mañana, necesito mi DNI. Ya sé que lo necesito. Volver a casa y cabilar, sobre todo, sobre el ayer, sobre él, sobre hoy, sobre mi, sobre el mañana. La mejor idea, bajar a la biblioteca, a perder el tiempo, a reírme, a no pensar. Pero mi cerebro trabaja de forma autónoma, y francamente, le importan una mierda mis deseos. Los engranajes se ponen en marcha y empieza la formación de mil ideas. Cientos de posibilidades, combinaciones y resultados posibles. Para llegar siempre a la misma conclusión, al mismo punto de partida. El mundo tiene que dejar de ser tan gris, aunque tenga que pintarlo con lápices Alpino, volverá a tener algo de color. Ese colorido que la vida debería tener siempre depende de la unión de múltiples factores, el principal, la felicidad. Y ésta no debería depender de nadie. Bueno, me corrijo, es algo que sólo puede depender de una persona, de alguien que no te abandona a pesar de las estupideces hechas, las sandeces pronunciadas y los errores cometidos. Alguien que no te dejará pase lo que pase, que te acompañará hasta el fin de tus días. Y esa persona eres tú.
Haz que tu felicidad sólo dependa de ti.
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